Ir al contenido principal

Frases del libro It (Stephen King)

Confieso que siempre he sido de las que primero se lee el libro y luego ve la película. Pero esta vez ha sido diferente. Stephen King siempre había sido un must en mi lista de libros pendientes, pero nunca acababa de empezar ninguno. Hasta que hace un poco más de un mes fui a ver la película de "It". Fui medio convencida por mis amigos, que siempre me arrastran a ver películas de miedo. Creía que sería "otra peli de miedo más". Pero no. Lo que vi me sorprendió y me gustó mucho. La historia me fascinó y me animé a empezar el libro.

Y no me arrepiento para nada. He acabado descubriendo que lo que menos miedo da del libro es el payaso. En ocasiones, lo real era más temible que lo fantástico. Y esas escenas eran las que más me ponían los pelos de punta.

A continuación, recojo unas cuantas citas que he ido marcando a medida que iba leyendo (ventajas del eReader) y que me han llamado la atención ya sea por su significado, por la forma en que describen las cosas o simplemente porque me han hecho sentir algo.

[...]ese breve instante de miedo, como el fugaz pinchazo de un punzón de hielo rápidamente retirado[...]

El pánico volvía a alzarse en su mente. Era como un café negro, amargo, que amenazara desbordar la taza. [...] Si corría, el pánico trataba de volver y estaba demasiado cerca de la superfície como para permitírselo. 

De pronto tenía más miedo que nunca. No quería usar la llave. De algún modo, usar la llave le parecía algo demasiado definitivo.

Eddie era delicado porque algunas veces sospechaba que no era delicado en absoluto. Eddie necesitaba que lo protegieran de sus propios oscuros atisbos de posible valentía.

Entre los tres se hizo el silencio. Pero no era un silencio del todo incómodo. En él se hicieron amigos.

Ellos [sus padres] emanaban frío en ambas direcciones y el calentador de Bill no alcanzaba para tanto.

Se descubrió pensando en la película Fantasía y en el ratón Mickey, aprendiz de brujo, que había sabido lo suficiente como para poner en marcha las escobas, pero no para detenerlas. 

La ficción parecía calmarle la mente.

Por un momento se sintió como si hubiera nadado un trecho demasiado largo y descubriera, de pronto, que ya no hacía pie.

Ella no se reía como una tonta ni se ruborizaba al verlo; tampoco escribía su nombre con tiza en los árboles o en las paredes del Puente de los Besos. Simplemente vivía con su cara en el corazón, constantemente, como una especie de dolor dulce, perenne.

En esa música había potencia, una potencia que parecía pertenecer, por derecho propio, a todos los chicos flacuchos, gordos, feos, tímidos..., los perdedores del mundo.

Y en el último instante, cuando el hacha llegaba a lo más alto y quedaba allí, en equilibrio, Richie comprendió que no se trataba de un sueño. En todo caso, era un sueño que podía matar.

¡Los monstruos eran cosa de todos los días! ¿A quién le hacía falta pagar una entrada de cine cuando salía más barato un diario y gratis un informativo radiofónico?

La nariz, roja como la de un caballero ebrio tras treinta años de pelear contra molinos de viento[...]

-¿Seguro que quieres saber el resto?-me preguntó el señor Keene-.Se te nota un poco nervioso, Mikey
-No quiero-reconocí-, pero me parece mejor saberlo, de cualquier modo.

El lugar, hijito, interesa tanto como lo que pasa. Por eso los titulares son más grandes cuando un terremoto mata a doce personas en Los Ángeles que cuando mata a tres mil en alguna remota comarca del Medio Este.

Comiendo en esa frialdad, la comida perdía su sabor; era como comer cenas congeladas que nunca habían visto el horno.

Bill asintió, con la cara del periodista que desea hacer saber, sin decirlo directamente, que no es él quien fabrica la noticia, que se limita a transmitirla.

Creo que todos nos queremos todavía. ¿Sabéis lo insólito que eso resulta?

[...]había visto algo que habría vuelto loco a un adulto, no sólo de terror, sino por la fuerza colosal de una irrealidad demasiado grande como para descartarla con una explicación o, a falta de explicación racional, dejarla a un lado.

La energía que uno derrocha siendo niño, la energía que uno cree inagotable, se escapa entre los dieciocho y los veintidós años reemplazada por algo mucho menos brillante, tan falso como la exaltación de la cocaína: decisión, metas, cualquiera de los términos que propone la Cámara de Comercio. No era nada notable porque no aparecía de un momento al otro, con un estallido. Y eso es lo que daba miedo, pensó Richie. El hecho de que uno no deja súbitamente de ser niño, con un fuerte ruido de explosión, como si estallasen esos globos de payaso. El chico que llevábamos dentro se escurre poco a poco, tal como el aire de un neumático pinchado. Y un día, al mirarnos al espejo, nos encontamos con la imagen de un adulto. Tal vez todo ocurría mientras dormíamos, como la visita de los ratones que se llevaban los dientes de leche.

Casi ociosamente, por la vía del pensamiento lateral, Eddie descubrió una de las grandes verdades de la infancia. Los verdaderos monstruos son los adultos, pensó.

Era como subir a un juego de feria realmente peligroso y darse cuenta de que uno no podía bajar hasta que todo terminara, pasara lo que pasara.

Rieron, y Ben habría jurado que la casa se apartaba de ellos, de ese sonido alegre.

Buena suerte, Gran Bill, pensó Ben. Y apartó la cara de esa mirada. Le hacía sufrir en un lugar tan profundo que ni un vampiro, ni un hombre-lobo podrían alcanzarlo jamás.

-Beverly-repitió él, con la lógica absurda e indiscutible de los obsesos.

Encenderás la luz y acabarás la novela que compraste para leer en el viaje. ¿Recuerdas lo que decía Bill? No hay droga mejor. Un Valium bibliográfico.

[...]parecía irreal, algo tan efímero como un paisaje falso proyectado en una pantalla trasera para ambientar la escena de una película.

Los adultos tenían sus propios terrores y se les podían activar las glándulas para que todos los elementos químicos del miedo inundaran el cuerpo y salaran la carne. Pero sus miedos eran, casi siempre, demasiado complejos. Los miedos de los niños solían ser más simples y más poderosos. Los miedos infantiles, con frecuencia, se convocaban con una sola cara...y si hacía falta un cebo, ¿a qué niño no le gustaba un payaso?

Bill sintió en eso una clara exaltación, la seguridad de que eran, en conjunto, algo más que la suma de sus siete individualidades. Habían sido resumados en un total más potente.

A partir del 31 de mayo de 1985, para pasar de la biblioteca infantil a la de adultos había que caminar por fuera. [...] El pasillo vidriado que conectaba la biblioteca para adultos con la biblioteca infantil estalló súbitamente en un brillante fulgor.

La suave sonrisa de Bill hizo que a los ojos de ella afloraran las lágrimas. Él la abrazó. La pequeña multitud reunida tras la barrera rompió en un aplauso mientras un fotógrafo del Derry News tomaba una instantánea. Apareció en la edición del 1 de junio, impresa en Bangor a causa de los daños que el agua había hecho en las prensas del News. El epígrafe era muy sencillo, pero tan cierto que Bill recortó la ilustración y la guardó en su billetera por muchos años: SUPERVIVIENTES, ponía, y no hacía falta más. 

Comentarios

Previously on...

Frases Cazadores de Sombras. Los Orígenes 2 (Príncipe Mecánico)

Lo prometido es deuda! Aquí dejo unas cuantas frases que he ido subrayando mientras leía. Me he dejado muchísimas pero si pusiera todo lo que me ha gustado tendría que escribir el libro entero!! Porque si no hay nadie en el mundo a quien le importes, ¿realmente existes?   No quería evitarla; la verdad era que esa tarde había fracasado miserablemente al acompañarla no sólo al entrenamiento, sino también después al salón. A veces se preguntaba si hacía esas cosas sólo para probarse. Para ver si sus sentimientos habían desaparecido. Pero no era así. Cuando la veía, quería estar con ella; cuando estaba con ella, ansiaba tocarla; cuando le tocaba aunque fuera la mano, quería abrazarla. Quería sentirla contra él como en el desván. Quería conocer el sabor de su piel y el olor de su cabello. Quería hacerla reír. Quería sentarse y escucharla hablar de libros hasta que se le cayeran las orejas. Pero todo eso no lo podía querer, porque no lo podía tener, y querer lo que no se podía tener sól

Volverán los ángeles. Capítulo 4

CAPITULO 4. ¿QUIEN SOY? Caminé sin rumbo fijo, durante los diez minutos que faltaban. Por el camino me encontré con Ester, que salía de la habitación con sus entrañables amigas. Me dirigieron una mirada matadora, y se alejaron con la cabeza muy alta, muy dignas. Pasé de largo y me encontré de repente en el jardín. Antes de entrar otra vez, respiré aire fresco de esa mañana otoñal. Un ruido me despertó de mi embobamiento. Un crujido, como de rama rota por un pie. Levanté la cabeza y pasé los ojos por todo el recinto. Una ligera sombra me llamó la atención. En el mismo momento en que fijé mis ojos en ella, la sombra desapareció como si nunca hubiese existido. En esos momentos tendría que haber entrado en los calientes muros del internado, pero me pudo más la curiosidad y fui corriendo hacia donde había visto la sombra. Efectivamente, había una rama partida. Aturdida, repasé con la mirada todo el lugar sin obtener nada de provecho. Ni rastro del extraño individuo. Fruncí el ceño y cog